La NASA detectó una anomalía en la Antártida que desafía la física

Un descubrimiento reciente en la Antártida tiene en vilo a la comunidad científica internacional.

La NASA, a través del experimento ANITA, detectó una señal de radio que parece desafiar las leyes conocidas de la física. Lo más desconcertante es que esta señal proviene de un ángulo que, según los modelos actuales, sería imposible: 30 grados por debajo del horizonte, como si hubiera atravesado la Tierra desde adentro.

El fenómeno fue registrado en el fondo del continente helado y publicado en la revista Physical Review Letters. Investigadores de Estados Unidos y Argentina trabajan en conjunto para descifrar el origen de esta anomalía, que no se ajusta al comportamiento habitual de los neutrinos cósmicos, partículas que normalmente rebotan contra el hielo y son detectadas por ANITA.

Inicialmente se pensó que podría tratarse de un leptón tau, pero la intensidad y el ángulo de la señal no coinciden con ningún patrón conocido. La física Stephanie Wissel, integrante del equipo de investigación, afirmó que “algo más está ocurriendo bajo el hielo”. Otros detectores como IceCube y el Observatorio Pierre Auger no registraron nada similar, lo que refuerza la hipótesis de que se trata de un fenómeno completamente nuevo.

Ante la magnitud del hallazgo, la NASA ya está desarrollando un nuevo instrumento: PUEO (Carga Útil para Observaciones de Ultraalta Energía). Este dispositivo será más sensible que ANITA y buscará confirmar si estamos ante una nueva clase de partículas, una falla en las teorías actuales o incluso una manifestación de materia oscura.

Mientras tanto, el misterio permanece. La señal detectada en la Antártida podría abrir la puerta a una revolución en la física moderna, desafiando todo lo que creíamos saber sobre el universo y sus partículas invisibles.

La sonda Parker capta imágenes históricas desde el corazón solar

La sonda solar Parker, desarrollada por la NASA, logró un hito científico al acercarse como nunca antes al Sol, capturando imágenes impactantes de su atmósfera exterior.

El sobrevuelo, realizado el 24 de diciembre de 2024, llevó al artefacto a solo 6,1 millones de kilómetros de la superficie solar, dentro de la llamada corona, región crucial para el estudio del clima espacial.

Durante esta misión, Parker alcanzó una velocidad récord de 690.000 kilómetros por hora, convirtiéndose en el objeto más veloz jamás fabricado por el ser humano. Las imágenes obtenidas por su sensor WISPR revelaron estructuras complejas del campo magnético y permitieron observar el comportamiento de los vientos solares y las colisiones entre eyecciones de masa coronal (CME), elementos clave para anticipar fenómenos que afectan las telecomunicaciones y la seguridad espacial.

Uno de los descubrimientos más relevantes fue la detección de la capa de corriente heliosférica, donde el campo magnético solar cambia su orientación. Además, la sonda identificó patrones de “retornos” zigzagueantes en el campo magnético, vinculados al origen de ciertos tipos de viento solar, lo que aporta nuevas pistas sobre su dinámica.

Los científicos también encontraron que el borde de la corona solar es mucho más irregular y complejo de lo que se estimaba. Este hallazgo desafía modelos anteriores y abre nuevas líneas de investigación sobre cómo se forman y escapan los vientos solares, pese a la gigantesca fuerza gravitacional del astro rey.

Gracias a su sistema de protección térmica (TPS), capaz de resistir temperaturas de hasta 1.650 grados Celsius, la sonda logró mantener a salvo sus instrumentos en condiciones extremas. Los datos recopilados prometen mejorar la predicción del clima espacial y proteger tanto a astronautas como a tecnologías terrestres.

Un satélite inactivo de la NASA emitió una señal de radio que desconcertó a los astrónomos

Lo que parecía ser una jornada rutinaria de observación astronómica en Australia Occidental terminó con una sorpresa sin precedentes: una señal de radio extremadamente potente irrumpió durante apenas 30 nanosegundos y deslumbró los radares del radiotelescopio ASKAP.

Lo insólito fue su origen, que no provenía de galaxias lejanas ni fenómenos cósmicos desconocidos, sino de un satélite estadounidense dado de baja hace casi 60 años.

El protagonista de esta historia es el Relay 2, lanzado en 1964 y fuera de servicio desde 1967. Desde entonces, orbitaba en silencio entre los 1.800 y 7.600 kilómetros de altitud. La señal, captada el 13 de junio de 2024, fue tan intensa que llegó a opacar todo el cielo durante su breve emisión. Mediante triangulación de datos orbitales y análisis espectrales, los científicos confirmaron que el destello coincidía con el paso exacto del satélite por la zona de observación.

Lo más desconcertante fue que la frecuencia registrada —entre 695,5 y 1.031,5 MHz— no correspondía a ninguna transmisión prevista del aparato. Esto descarta cualquier reactivación intencional o funcionamiento autónomo del sistema. Los expertos manejan dos posibles explicaciones: el impacto de un micrometeorito, que habría provocado una emisión electromagnética, o una descarga electrostática generada por acumulación de cargas en su estructura metálica.

Este evento reaviva el interés científico en los restos orbitales que aún circundan la Tierra. Aunque suelen considerarse basura espacial, casos como el del Relay 2 demuestran que estos objetos pueden seguir interactuando físicamente con su entorno y brindar datos inesperados para la comunidad astronómica. En este caso, un satélite vetusto sirvió sin querer como experimento natural sobre fenómenos eléctricos en el espacio cercano.

Finalmente, el hallazgo abre nuevas líneas de investigación en torno al comportamiento de satélites inactivos y su potencial para emitir señales detectables. Con miles de objetos artificiales orbitando nuestro planeta, los radiotelescopios deberán afinar aún más su capacidad para distinguir entre fenómenos de origen humano y señales del universo profundo.

Asteroide del tamaño de un monumento pasará cerca de la Tierra sin riesgo de impacto

Un asteroide masivo, comparable en tamaño al icónico Golden Gate Bridge o a la Torre Eiffel, se aproximará a la Tierra este jueves.

Identificado como 424482 (2008 DG5), este cuerpo celeste mide entre 310 y 690 metros de diámetro, lo que lo ubica entre los asteroides más grandes monitoreados por la NASA. Sin embargo, los científicos aseguran que no hay motivo de alarma, ya que pasará a una distancia segura de 3,49 millones de kilómetros, equivalente a nueve veces la separación entre la Tierra y la Luna.

A pesar de su clasificación como “potencialmente peligroso” por la NASA, el asteroide no representa una amenaza real en esta ocasión. La agencia espacial estadounidense utiliza este término para cualquier objeto que supere los 150 metros y se acerque a menos de 7,4 millones de kilómetros de nuestro planeta. En el caso de 2008 DG5, aunque su trayectoria lo incluye en esta lista, su paso será lo suficientemente lejano como para descartar cualquier riesgo de colisión.

Este asteroide forma parte del grupo Apolo, caracterizado por cruzar la órbita terrestre durante su recorrido alrededor del Sol. Fue descubierto en 2008 por el Catalina Sky Survey, un programa de la NASA dedicado a rastrear objetos cercanos a la Tierra. Con un período orbital de 514 días, se espera que vuelva a aproximarse en 2032, aunque, al igual que ahora, sin peligro de impacto.

Si bien el asteroide no supone un riesgo, su tamaño resalta el potencial destructivo de estos cuerpos celestes. Un impacto de un objeto similar podría causar devastación regional, incluyendo tsunamis y ondas expansivas. Como referencia, en 1908, un asteroide mucho más pequeño, de apenas 40 metros, provocó el “Evento de Tunguska” en Siberia, arrasando millones de árboles. En contraste, el asteroide que extinguió a los dinosaurios medía entre 10 y 15 kilómetros.

El monitoreo constante de asteroides como 2008 DG5 es clave para la seguridad planetaria. Aunque la mayoría no representa un peligro inmediato, su estudio permite anticipar escenarios de riesgo y desarrollar estrategias de defensa. La clasificación de “potencialmente peligroso” no indica una amenaza inminente, sino que sirve para priorizar su observación y garantizar la preparación ante posibles eventos futuros.

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