Frigerio: La marcha hacia el peronismo

Rogelio Frigerio llegó al poder en Entre Ríos prometiendo un corte con el pasado. Su campaña se presentó como una alternativa a años de peronismo en el gobierno. Con el respaldo de sectores radicales, libertarios e independientes, construyó un frente amplio que captó el voto de quienes pedían renovación. Pero a pocos meses de asumir, la ilusión de cambio empieza a evaporarse.

El plan original tenía como base que Larreta fuera presidente. Esa sociedad le garantizaba un esquema político estable, recursos y una agenda de gestión. Sin embargo, el derrumbe de Larreta y la irrupción de Javier Milei dejaron a Frigerio sin respaldo, sin recursos y sin una estrategia propia. Desde entonces, la única respuesta que ensaya su gobierno es una frase gastada: “no hay plata”.

Mientras tanto, los entrerrianos lo padecen: rutas destruidas, hospitales sin insumos, un escandaloso tratamiento del IOSPER que deja sin cobertura a muchos trabajadores, 58 centros educativos cerrados, 100 % de aumento de los impuestos inmobiliarios, obras paralizadas, falta de recomposición salarial, salvo para funcionarios y un Estado cada vez más ausente. En lugar de plantarse frente a la Nación, Frigerio se acomoda, acepta y renuncia a pelear por una provincia que no siente como propia. Y en ese silencio, el viejo poder vuelve a hablar.

Pero el dato más revelador no es lo que falta en su gobierno, sino lo que sobra: “peronistas”. A pesar del fervor que radicales y libertarios desplegaron para asegurar su triunfo en 2023, dirigentes del justicialismo, que transan con todos, son quienes empiezan a copar los casilleros claves del Ejecutivo.

El caso de Catriel Tonutti es uno más del repertorio que se viene repitiendo. Concejal peronista de Diamante, sin trayectoria y cuya experiencia en la gestión empresarial es tan etérea como su ambición es desmedida, fue nombrado secretario de Industria. No accede por mérito, sino por puro oportunismo: un salto político sin escrúpulos, característico de quienes están siempre dispuestos a cambiar de camiseta por un interés personal concreto. No representa ideas, sino conveniencias fáciles de comprar y hoy, forma parte de un gabinete que se parece cada vez menos al que imaginaban quienes militaron la boleta de Frigerio.

El relato de la renovación no resultó otra cosa que viejas mañas con nuevos modales. Quienes trabajaron con empeño por el triunfo del actual Gobernador —desde sectores del radicalismo hasta los libertarios más díscolos— comienzan hoy a ver que fueron utilizados. Frigerio ganó con la promesa de barrer con el pasado. Por ahora, solo barre a quienes creyeron en esa promesa.

Nota de opinión de El Beto de Diamante

Crianzas en crisis: Una fractura en el Otro Social

La Canasta Básica de Crianza no representa solo un conjunto de bienes materiales; es necesario pensarla como una estructura simbólica que sostiene el desarrollo subjetivo de niñas, niños y adolescentes. En nuestro país, el costo de la CBC que mide el INDEC es marcadamente mayor que el Salario Mínimo Vital y Móvil ($308.200), que apenas cubre un 67,5% de la misma.

La Canasta Básica de Crianza tiene en cuenta el costo de bienes, servicios y el de cuidados, y alcanzó en abril los $410.524 para menores de 1 año, $487.826 para niños de 1 a 3 años, $410.197 para niños de 4 a 5 años, y $515.984 para niños de 6 a 12 años. Dados estos datos alarmantes, es posible pensar que asistimos a una fractura en el Otro Social, ese que indica que no hay sujeto fuera de lo colectivo, ese Otro que debería garantizar condiciones básicas para el despliegue de la vida psíquica y que, sin embargo, se encuentra fragmentado.

Las estadísticas, lamentablemente, así lo reflejan cuando muestran que en el país el segmento de la población de los niños (0 a 14 años) es el más afectado por la pobreza, alcanzando un 51,9% en esta porción de la población. Indagando más, también es alarmante el porcentaje de argentinos que se encuentra en la pobreza entre los 12 y los 17 años, representando al 55,1%, constituyéndose así en la franja etaria más castigada. Esto también invita a reflexionar sobre qué consecuencias tiene transitar una etapa tan importante de la vida, previa al mundo adulto y al mercado laboral, en una situación con una dificultad tan marcada.

Volviendo a lo que se busca problematizar en este texto, desde el psicoanálisis entendemos que esta fractura tiene efectos profundos en la constitución del deseo, la identidad y los vínculos familiares, con un impacto marcado en mujeres e infancias. Lacan nos enseña que “el deseo se articula en torno a la falta”, pero cuando esa falta es impuesta por una violencia estructural, se transforma en privación. La pobreza no es solo la falta de recursos materiales, sino la exclusión de ciertos significantes sociales (ciudadano, digno, útil, etc.), una herida que fija la angustia en lo concreto.

Para las madres y cuidadoras —en su gran porcentaje, mujeres—, las coloca en un lugar de fracaso frente al ideal materno, generando culpa hacia los hijos. Se ha criticado el mandato social de la maternidad sacrificial, pero en contextos de pobreza, este mandato se exacerba. Las mujeres pobres cargan con el estigma de tener que hacer magia con los recursos insuficientes de los que disponen. Cuando una madre debe elegir entre comprar pañales o alimentos, esa elección deja marcas silenciosas en la trama familiar, que se traduce en hijas e hijos que renuncian a pedir para no angustiar a la madre, pesando así, de manera simbólica, lo no dicho.

En lo que respecta a los adolescentes, se observa en los varones una salida a la exclusión a través de la pulsión agresiva, que se traduce en consumo de sustancias o en hurtos, como consecuencia de la ausencia de un Otro que ofrezca alternativas simbólicas.

No quedan dudas de que la salida debe ser en conjunto, rechazando la crueldad neoliberal que patologiza y estigmatiza a las madres pobres por “no saber cuidar” mientras recorta políticas públicas. Debemos exigir al Estado políticas de cuidado con un presupuesto real, con acceso a la tierra y a la vivienda.

Como psicoanalistas comprometidos con la realidad, nuestro deber es escuchar y alojar lo que no se dice en las cifras: el de las infancias privadas de futuro y el de las mujeres que, con toda la carga, siguen sosteniendo el mundo.

Nota de opinión escrita por Leila Cañete
Licenciada en Psicología, docente universitaria e integrante del CISPER

La gestión Gieco, entre la impotencia y la improvisación

El intendente Ezio Gieco visitó los estudios de DiamanteFM y dejó, quizás sin proponérselo, una de las radiografías más crudas de su propia administración. Al cabo de un año y medio de gestión, no solo no ha habido grandes obras ni transformaciones visibles, sino que el propio mandatario reconoció —con el desparpajo del que habla de la incapacidad de su gestión como si fuera de otro— que “no hemos obtenido los resultados esperados”. La frase, dicha como quien comenta que el asado le salió seco porque la carne no era buena, funciona como la marca de una gestión que nunca supo cómo empezar.

Gieco llegó a la intendencia con un equipo sin experiencia, sin proyecto claro y con escasa preparación técnica. Salvo por algunos funcionarios de carrera que sostienen con dignidad lo básico del aparato municipal, el resto del gabinete parece más un elenco de voluntarismos mal organizados que un equipo de gobierno. La falta de planificación no es una acusación política: es un hecho. Se refleja en cada área, en respuestas desorganizadas y en promesas que se diluyen sin llegar a concretarse.

La obra pública brilla por su ausencia. El intendente menciona avances menores como si fueran hitos históricos: un plan de bacheo fragmentario, luminarias en un camping municipal, o la reparación de una bajada al puerto que no tiene fecha cierta ni responsables definidos. Mientras tanto, obras estructurales como la estabilización de las barrancas o el funcionamiento del parque industrial siguen siendo promesas, sin fondos ni ejecución. La terminal, el Cristo Pescador, el traslado de viviendas en riesgo: todo está en veremos.

En el plano económico, se jacta de tener un municipio “saneado”, con $1.500 millones reservados. Pero tener fondos inmovilizados no es gestión: es pasividad. Si hay recursos y no se traducen en obras concretas, el problema no es el dinero: es la capacidad de gobierno.

La cuestión salarial, de trabajadores municipales sumidos a sueldos miserables, no se resuelve con reuniones cada tanto, ni con frases moralizantes. Tampoco alcanza con culpar a la Nación o a la provincia por la ausencia de aportes cuando no se hacen gestiones para obtenerlos.

El turismo, uno de los motores potenciales de la ciudad, quedó reducido a mantener un predio y habilitar cabalgatas. El motoencuentro, una marca cultural de Diamante, se dejó de lado con excusas rebuscadas y miedo a que se les vaya de las manos. Es más fácil renunciar que gestionar.

El resumen es simple: se gobierna sin rumbo. El intendente reconoce que las cosas no salieron como esperaba. Pero lo que no dice, y acaso ni siquiera comprende, es que no se puede esperar ningún resultado cuando no hay un proyecto.

La gestión Gieco no administra: sobrevive. Y no por falta de recursos, sino por una alarmante falta de idea y de oficio.

Gieco ganó la elección. Pero Diamante necesita algo más que eso. Necesita un intendente.

Nota de opinión de El Beto de Diamante

¿Forma de época o patología de poder?

En la Argentina contemporánea, la del siglo XXI entrado en fase acelerada de descomposición institucional, no resulta raro encontrar en la figura presidencial un estilo que descoloca.

Javier Milei ha naturalizado la ofensa como argumento, la denigración como estrategia retórica y el exabrupto como política de comunicación. Lo que para cualquier manual de convivencia democrática sería inadmisible, en su caso ha sido investido de autenticidad. Hay, detrás de ese comportamiento, un entramado más profundo: una sociedad que no sólo lo tolera, sino que, en parte, lo celebra.

Este fenómeno, por supuesto, no queda restringido a la cúspide del poder. Como ocurre siempre en política, las formas se derraman: desde la cima hasta los eslabones más bajos de la cadena institucional. En ese sentido, el caso del intendente Ezio Gieco, de Diamante, ofrece una versión local de esta lógica de emocionalidad descontrolada hecha gobierno.

Conocido nacionalmente —y lamentablemente también en su ciudad— por no poder leer un texto en un acto oficial del Concejo Deliberante, Gieco parece haber abrazado un estilo político que combina ignorancia performática, agresividad gratuita y una concepción patrimonialista del poder. ¿No puede leer o simplemente no le interesa? ¿No sabe contenerse o siente que no debe?

Los episodios se acumulan como parte de una crónica que parece escrita con la lógica del grotesco criollo. A un camionero que descargaba mercadería lo habría increpado con insultos y amenazas: le habría dicho que lo iba a mandar preso, como si el cargo de intendente incluyera facultades judiciales. A vecinos que sacaban la poda en horarios “incorrectos”, los increpó con tono de capataz ofendido. Se habría peleado con empleados del corralón municipal, al punto de que uno de ellos, según trascendidos, lo persiguió con una llave inglesa. Desde entonces, Gieco habría dejado de pisar el lugar. En la sede municipal, los gritos e improperios se han vuelto parte de la rutina: varios empleados administrativos han sido blanco de sus explosiones verbales.

La situación se agrava cuando se traslada al plano institucional. Hay testimonios de su interferencia en sesiones del Concejo Deliberante, donde ha insultado a ciudadanos que asistían a debatir cuestiones de seguridad. Una concesionaria de cantina asegura que le habría sustraído comida sin pagar, con el argumento de que ella le debía al municipio. El episodio más inquietante quizás sea el ocurrido en el cementerio: luego de ordenar la suspensión de materiales para construir nichos, habría increpado a los trabajadores por no continuar las obras.

¿Estamos frente a un nuevo modelo de autoridad basado en el berrinche, el abuso y la teatralidad violenta? ¿O se trata simplemente de un hombre que no está en condiciones emocionales —o incluso cognitivas— de ejercer el cargo que ocupa?

Lo cierto es que Gieco no es una excepción, sino una expresión. Su comportamiento habla tanto de él como de las condiciones políticas y culturales que permiten que alguien así llegue a una intendencia y permanezca en ella.

Tal vez no estemos ante un caso clínico individual, sino frente a una patología colectiva: la de una democracia que ya no exige integridad, sino espectáculo.

Nota de El Beto de Diamante

La verdad sobre la deuda entrerriana: una respuesta necesaria a la desinformación

Una vez más, el contador Álvaro Gabás intenta instalar un relato falaz sobre la situación financiera de Entre Ríos. Esta vez, lo hace afirmando que “la deuda pública creció un 28% durante el primer año de gestión de Frigerio”, basándose en una lectura parcial, estrictamente nominal y maliciosamente orientada.

Nadie niega que los números nominales publicados por la Contaduría General indiquen que la deuda pasó de $584.777 millones a $750.497 millones entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024. Pero si alguien con conocimiento técnico ignora el contexto inflacionario y la evolución de los ingresos, está manipulando la información. Así de simple.

En términos reales, la deuda pública de Entre Ríos se redujo un 41%. Esta cifra surge de un análisis responsable, que toma en cuenta la inflación del período y la evolución del tipo de cambio. Es el único modo sensato de comparar dos momentos separados por un año en una Argentina inflacionaria. Lo contrario es, en el mejor de los casos, desconocimiento; en el peor, mala fe.

Además, el indicador más razonable para dimensionar el peso de la deuda sobre la economía provincial es la relación entre deuda total e ingresos totales. En 2023, ese ratio era del 44,8%. Un año después, con la deuda ajustada y los ingresos consolidados, ese mismo indicador cayó al 21,1%. ¿De verdad alguien puede sostener que la provincia está más endeudada?

Tampoco es un dato menor que el resultado financiero negativo heredado del último año de gestión del PJ representaba el -5,19% de los ingresos totales. En 2024, ese rojo se redujo al -1,32%, sin apelar a recortes brutales ni a ajustes indiscriminados.

Este gobierno asumió con cuentas desordenadas, con una Caja de Jubilaciones en crisis, con el IOSPER al borde del colapso y con un Estado provincial sobredimensionado, ineficiente y con deudas ocultas. Aun así, se logró encauzar la administración financiera sin paralizar la gestión, defendiendo una pauta salarial responsable, cumpliendo con los compromisos asumidos y apuntalando obras estratégicas.

¿Hay margen para mejorar? Por supuesto. Pero nadie puede negar que hoy Entre Ríos tiene una administración más ordenada, más previsible y con mejores indicadores fiscales que hace un año.

Resulta curioso que quienes gobernaron durante dos décadas, acumulando déficits, postergando inversiones y comprometiendo el futuro de los entrerrianos, ahora pretendan dar lecciones. Les sugeriría, al menos, que comparen indicadores equivalentes. O como decimos en el campo, que no mezclen peras con manzanas.

Nota de Rubén Dal Molín

Senador Provincial de Juntos por Entre Ríos

La crisis energética en Entre Ríos: ¿medidas paliativas o soluciones estructurales?

La reciente decisión del gobernador Rogelio Frigerio de suspender los aumentos tarifarios de energía eléctrica en Entre Ríos ha generado un intenso debate sobre su verdadero impacto.

Si bien la medida busca aliviar temporalmente el bolsillo de los entrerrianos, expertos señalan que solo posterga un problema que sigue latente: la falta de una política energética sostenible. La provincia enfrenta uno de los costos más altos de electricidad del país, con tarifas que, según datos oficiales, habían acumulado un incremento del 470% desde noviembre de 2024.

El anuncio del gobierno provincial llega en un contexto de creciente malestar social, donde familias y pequeños comercios luchan por pagar servicios cada vez más caros. Sin embargo, críticos afirman que la suspensión de los aumentos no aborda las causas profundas del problema, como la opacidad en la fijación de tarifas y la falta de control efectivo sobre Enersa, la empresa distribuidora. Además, la posible disolución del Ente Provincial Regulador de la Energía (EPRE), intervenido desde 1997, genera más incertidumbre que soluciones.

El EPRE, creado para garantizar transparencia en el sector, ha funcionado como un ente burocrático sin autonomía real, limitándose a avalar las decisiones de Enersa. Su eventual desaparición, sin un plan claro de reemplazo, podría dejar a los usuarios aún más desprotegidos. A esto se suma la falta de claridad en el cálculo del Valor Agregado de Distribución (VAD), un componente clave que encarece injustamente las facturas de los entrerrianos.

Frente a este escenario, organizaciones de consumidores y especialistas exigen una reforma integral del sistema energético provincial. En lugar de eliminar el EPRE, proponen su fortalecimiento como organismo autónomo, capaz de auditar costos y defender los intereses de la población. También reclaman una discusión abierta sobre subsidios focalizados, eficiencia energética y alternativas para reducir la dependencia de tarifazos recurrentes.

Mientras el gobierno insiste en presentar la suspensión de aumentos como un logro, la pregunta que queda flotando es: ¿hasta cuándo se podrá sostener esta medida sin resolver los problemas de fondo? Sin una estrategia clara que combine regulación eficiente, transparencia y políticas de largo plazo, Entre Ríos seguirá atrapada en una crisis energética que ahoga a su economía y a su gente. El verdadero desafío no es ganar tiempo, sino transformar un sistema que hoy parece diseñado para fracasar.

Nota de Sergio Benitez

Integrante de la Mesa Ejecutiva provincial de CTA y del Centro de Investigación Social y Política de Entre Ríos (CISPER)

Abandono y engaño: Ejecutivo de Diamante prioriza su futuro político sobre el presente de la ciudad y sus empleados.

El ejecutivo municipal de Diamante ha demostrado ser un maestro del abandono y la indiferencia.

Con más de 2 masas salariales y dinero en plazo fijo, ignora los reclamos salariales de sus empleados y deja que la ciudad se degrade. La negativa a la paritaria es un golpe de realidad que evidencia la falta de gestión y proyección en el municipio.

Mientras la ciudad se hunde en la mediocridad, el ejecutivo parece más preocupado por su futuro político que por el presente de los ciudadanos. La pregunta es clara: ¿está haciendo caja para las elecciones a costa del sufrimiento de la ciudad? La respuesta es evidente: la ciudad y sus empleados no son prioridad.

La frustración y el descontento se apoderan de la ciudad. ¿Hasta cuándo seguirán ignorando los reclamos de quienes trabajan para mantenerla en pie? La ciudad merece mejor. Los empleados merecen respeto. El ejecutivo municipal debe rendir cuentas.


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Diamante: el ocaso de una gestión sin rumbo


Hay ciudades donde la política se debate entre la audacia y la incompetencia. Luego está Diamante, donde la administración municipal parece haber adoptado el inmovilismo como estrategia. A más de un año de gobierno, la gestión del intendente ha pasado de la promesa de cambio a la más absoluta parálisis. Lo que era un diagnóstico crítico en campaña se convirtió en una administración incapaz de resolver los mismos problemas que juró erradicar.

El cuadro es elocuente. No hay planificación estratégica. No existe política industrial ni productiva. No hay una dirección clara en materia de turismo ni de medio ambiente. Lo que sí hay son funcionarios que se pelean entre sí y una gestión que acumula fracasos. Mientras tanto, los diamantinos pagan sus impuestos con la esperanza de recibir servicios básicos que jamás llegan.

Las calles rotas son un recordatorio diario de la inacción municipal. Los microbasurales se multiplican sin que nadie los erradique. La bajada del puerto sigue siendo una trampa para los automovilistas que destrozan sus vehículos sin que el municipio mueva un dedo para resolverlo. La terminal de ómnibus, convertida en un monumento a la ineptitud, es víctima del saqueo, al igual que el predio del parque industrial. Y mientras el deterioro avanza, el intendente se dedica a dar declaraciones que, según sus propios pares, no resisten el menor contraste con la realidad.

Pero si hay algo que esta gestión ha logrado con precisión quirúrgica es el arte del conflicto. El intendente se ha peleado con todos: con opositores, con aliados, con empresarios, con sus propios funcionarios. En ese microclima de tensión, la ciudad sigue esperando. Y cuando finalmente se ejecuta alguna obra, la sombra de la sospecha es inevitable. Un caso paradigmático es el bacheo del acceso a la ciudad. La licitación dejó más dudas que certezas: dos empresas se presentaron, una con un presupuesto ajustado al centavo y otra que, curiosamente, superó el límite. Como si alguien hubiera escrito el desenlace antes de abrir los sobres.

Entre los intendentes del mismo espacio político, las críticas son feroces pero en voz baja. “Si para hacer un bacheo hay que contratar una empresa, que cierren el municipio”, dicen en off. La sentencia es demoledora. No sólo porque sugiere irregularidades, sino porque revela la incapacidad de una gestión que no puede ejecutar la tarea más elemental de cualquier municipio: tapar los baches.

Diamante se hunde en la inacción mientras el tiempo de la paciencia social se agota. Y si algo ha quedado claro en estos meses, es que el problema no son los profesionales de planta, sino la conducción política. La misma que prometió soluciones y hoy sólo ofrece excusas.

 

Nota de opinión realizada por Beto de Diamante

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